Hey, It's the sun that makes me shine

Si hay algo que intento hasta el cansansio (y aunque me esfuerzo hasta la médula ósea, no lo consigo) es intentar soportar (o más bien, disimular que odio) el cinismo metamorfoseado genéticamente de la gente en general. Si hay algo que mis sentidos coporales (incluyendo los estados psiquicos sublimes) no toleran es esa gente que parece ser un estudio de teatro por sí mismo, me explico: ese tipo de gente que tiene para cada situacion un lindo (y elegante, por cierto) atuendo; para cada persona la máscara adecuada, y para cada palabra la (¡oh!) sorprendente frase estúpida que parece encajar perfectamente (bueno, hasta que nos damos cuenta que estamos frente a un actor profesional que estudio y practicó esa frase para intentar minimizar su contenido patético).

Yo no quiero encajar con estos actores profesionales. No quiero, y claramente, no lo haré. No voy a seguir pensando (en las noches sobre todo, cuando me cuesta un poco dormir y no sé si tengo frío o calor) ni voy a seguir creyendo que soy algo que no soy.

Y este video, me recuerda mucho como era para mí ser adolescente en años pasados. Algo para no olvidar: It's the Sun de los Polyphonic Spree.

Ciclos



Que raros estan estos días. No sé si el calor disminuyó o yo tengo el frío más pegado a los huesos que de costumbre. Que vida más parecida a una lavadora. Da vueltas, vueltas y vueltas. La universidad comienza pronto ¿miedo? No. No tengo miedo, aunque sé que este 3 de Marzo voy a dejar muchas cosas atrás (todas, realmente, todas) Y voy a ir vacía, casi sin recuerdos, pero si con muchas experiencias, a conocer gente nueva y divertirme.
A veces me pregunto para que sigo mintiéndome, siempre intentando renacer cosas que estaban muertas y listas para la putrefacción. Y es que muchas de mis cosas nacieron muertas, y yo nunca quise aceptarlo. Como mis relaciones con el mundo que hasta ahora he tenido. Este es mi mundo personal, pero no por mucho tiempo. Las cosas cambian, acaban, terminan, mueren. Y otras tantas florecen.

Pero lo que nació muerto, muerto se queda. Y aunque nunca sospeché que llegaría el momento en que yo misma querría partir lejos de todas las experiencias que he tenido, lo quiero.

Hoy sé que estoy preparada para este cambio. Lo que nunca sabré es si los demás estaban preparados para verme y oirme cambiar.

Demasiado tarde. Ya todo quedó atrás. (Tan atrás, que algunas veces olvido esos recuerdos que tenía guardados en el bolsillo exterior de mi corazón)

Otro cuento: Electricidad Onírica

*Es que no tengo nada más para contar, porque realmente mi vida personal es casi casi casi (pero realmente, lo es) un asquito :) Supongo que en unos 10 días más, cuando entre a la universidad, tendré algo interesante para contar, por ahora, otro cuento que escribí por ahí.

Las luces eran como almas titilantes. Nunca supo si almas en pena, pero almas al fin y al cabo. Era por eso que la oscuridad nunca la había asustado, ni siquiera cuando era pequeña y sus enormes ojos tricolores miraban todo con curiosidad.

Es que… ¿cómo hubiese notado esas pequeñas luces de no ser por el contraste con la negrura de las habitaciones por la noche?

Encender una luz era como crear una chispa, una chispa que daba vida. Daba vida cuando su pequeño dedo infantil bailaba sobre el interruptor una y otra y otra y otra vez. Su mamá solía retarla por ello, y ahora que lo pensaba, tenía bastante razón para hacerlo.

Bastantes años habían pasado de eso, y hoy, siendo una mujer adulta, había algo de patológico en su obsesión con las luces. La casa estaba llena de ellas. Grandes pequeñas, transparentes, de colores y en todos los modelos imaginables por una mente humana. Aun cuando fuese día, aun cuando fuese un día soleado, las luces permanecían prendidas.

Las luces velaban su sueño e impedían que la vida se le escapara. Era cierto, prenderlas daba vida, pero nunca había caído en la cuenta que apagarlas tan sólo mataba todo.

Matar. Que verbo tan terrible para la simple acción de ocupar la electricidad. Pero era cierto, y debía reconocerlo, ahora sí le temía a la oscuridad.

¿Qué sucedía si un día se hartaba de todo y, hastiada y frustrada, era capaz de apagar todas las luces? Eso era algo que no podía permitir. No podía, no podía. Las cosas no se habían planeado de esa manera.

Esta casa tan grande y tan sola ¿Quién se haría cargo de ella? ¿Quién? Pensaba algo frenética, algo asustada, algo esperanzada mirando las luces siempre encendidas, las ampolletas algo cansadas, el cableado eléctrico que casi la odiaba por su tirano comportamiento.

Ella también estaba algo cansada de la vida, algo cansada de la rutina, del sol, de la luna, de las noches, de la ropa, del clima, la radio y el tráfico. Sus luces interiores también se apagaban un poco, y quizás por eso titilaba, quizás eso era ser un alma en pena. Prenderse de pronto y apagarse con la misma intensidad.

Caminó por la casa, primero con orgullo, con esas ansias de gritarle al mundo que ella se había podido hacer cargo de todo, que después de la muerte de su madre y del total alejamiento de sus demás hermanos, ella había seguido en pie cuidando de la casa, y de todos sus rincones. Pero pronto la sensación cambió abruptamente.

Todo era una cruel mentira después de todo ¿no?


Los rincones permanecían empolvados y algunas arañas se mecían por aquí y por allá. La verdad era que no había podido hacer todo lo que la casa se merecía. Podía ver el cuerpo de su madre siendo velado en el pasillo en una noche sombría y solitaria. Podía verla cuando el sol se iba, con esas lucecitas que desde entonces ya titilaban.

Ella le había prometido a su madre nunca abandonar la casa, nunca irse, nunca descuidarla. Probablemente eran sólo los deseos de una moribunda algo desconectada de la realidad, en ese delirio propio de la cercanía con el misterioso túnel que aparece al final de la vida.

Se paró en medio de la sala y suspiró. ¿Y para qué?

Tenía una edad que ni ella misma sabía con exactitud, una edad que bordeada los cuarenta y muchos y los cincuenta y tantos. Nunca había visto un arco iris, sólo había visto luces que se prendían y se apagaban. Nunca había oído la risa de alguien más, o sentido el calor agradable de una mano enlazándose con la suya. Nunca había experimentado el suave cosquilleo de la brisa otoñal en las piernas descubiertas.

A veces dejamos mucho por muy poco, y en esas ocasiones, es mejor acabar la función. Mejor sentir el olor a pasto mojado y el tacto de la arena en los pies descalzos.

Se puso un abrigo cualquiera, y antes de cerrar la puerta, se aseguró de que todas las luces estuviesen apagadas.

Ya no había nada allí.


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Now playing: The Cranberries - Dreams
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Cuento: Cuadros Holográficos

* La inspiración volvió con la misma intensidad que apareció hace unos 7 años atrás, y es fantástico. Gracias por los comentarios y gracias a la gente agradable que se da la lata de leerme.

Se despertó asustado. Asustado como si hubiese olvidado algo importante. Pero algo realmente importante, no una simple nimiedad, no algo como olvidar tirar la basura el día correspondiente y no el siguiente.

No. A él le parecía que se le había olvidado sui nombre, o la caminata rigurosa del atardecer con ese sol maravilloso que le proporcionaba un tibio calor casi inexistente a sus huesos doloridos y avejentados.

Se intentó incorporar, fue así como sus pies desnudos tocaron el suelo. Fue así como su cuerpo una vez más fue tirado hacia el centro de la tierra por esa gravedad maravillosa y confusa.

Se puso de pie para asegurarse de que todo seguía en orden y tocó el muro con sus manos arrugadas.

Perfecto. El muro era de concreto, y él un simple humano que no podía atravesar las cosas. Tomó sus documentos de la mesita de noche. Todo tal cual. Se seguía llamando Antonio, su edad seguía siendo su número favorito: 73, y los atardeceres seguían emocionándolo de la misma manera de siempre.

Tocó todo una vez más, haciendo esos movimientos mecánicos, memorizados en años y años de perfecta sincronía. Deslizó los dedos por los ladrillos, cual ciego aferrado al tacto, y mientras sus manos ansiosas seguían su perfecto recorrido, su tacto se topó con algo que lo sobresaltó.

Abrió los ojos, tan sólo para encontrarse con un simple y pequeño cuadro colgando de la pared. Una foto de la vieja sonriéndole. La vieja, su vieja, su viejita amada.

Ya eran varios sus años de viudez, no sabía cuantos, no valía la pena contarlos. No valía la pena saber cuantas mañanas se había despertado solo, creyendo que encontraría a su vieja plácidamente dormida a su lado, con uno de eso camisones eternos que le cubrían hasta los suspiros.

Se veía tan linda su viejita en ese cuadro. Su expresión le recordaba la primera vez que la había visto, en ese parque desgastado de su memoria, donde las margaritas crecían libres y casi salvajes cerca del pasto. Que años aquellos, que vida aquella cuando uno es adolescente y siente esas mariposas increíbles a lo largo de todo el cuerpo. Esa instantánea capturaba la eterna vivacidad de sus ojos almendrados, y la sonrisa temblorosa que volaba de sus labios.

Delineó con sus dedos sus facciones. Si tan sólo…

La gente no sabe lo que es perder a alguien cuando has pasado cincuenta años a su lado. La gente no sabe lo que es memorizar su olor, cada una de sus miradas, los diferentes tipos de besos, la manera en que su ceño se frunce, cuando se queda dormida, el tacto de cada una de las partes de su cuerpo, los susurros a media noche, las pesadillas de juventud, la manera en que se mueve cuando duerme, los dolores a medida que se van haciendo viejos, la tierna mirada que nunca desapareció de su rostro a través de los años y los años y los años. La gente no sabe lo que es amar esos atardeceres aun con el dolor que provocan en circunstancias de ese tipo.

La gente no sabe lo que es levantarse seguro de que uno ya ni se acuerda quien es. La gente no sabe nunca nada en lo absoluto.

Pero él sí. Antonio si sabe, es por eso que sopesa sus opciones finales meticulosamente. Sus manos tiemblan y sudan cuando la decisión va tomando forma definida en su cabeza.

Es el final. A pesar de todo es el final. Es como ese “pero”. Sí, pero es el final.

Antonio vuelve a colgar el cuadro. Se peina los pocos pelos que le quedan y se prepara para tomar impulso. Mira las paredes para nuevamente asegurarse de que todo sigue allí, de que es un pobre mortal que no puede atravesar paredes, pero sí cuadros. Pero sí cuadros, espacios, tiempos y dimensiones.

Cierra los ojos y salta hacia el retrato, sumergiéndose en el.

La viejita nunca más lo va a abandonar. Nunca.



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Now playing: Coldplay - God Put A Smile Upon Your Face
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Cuento: Ahogo Literario

*Cuento escrito por una tarde aburrida, calurosa y extraña en la biblioca, terminado un minuto antes de saber algo que me tendría deprimida toda la tarde. Diablos, que es extraña la vida.

Parece ser un día normal, pero no lo es. Me gusta jugar a que las cosas son normales. Camino con paso lento, hay mucho sol y siento como la espalda me arde con un fuego imaginario. Paso, paso, paso. Un paso, otro paso. Primero el izquierdo, luego el derecho.

No sé porque el izquierdo primero. Debe ser porque asocio izquierdo con impar, y si hay algo que no soporto, son los números pares. Es como caminar pisando las líneas de la vereda, es algo imposible, no puedo.

Cuando abro la puerta de la biblioteca no noto nada extraño. Nada fuera de lugar. Los libros en las estanterías duermen su placido sueño veraniego (o quizás otoñal, quien sabe) y las personas se mueven de un lado para otro. Nunca esta tan lleno cuando vengo, bueno, no es que este lleno, es que yo no soporto mucho a la gente.

Me muevo con facilidad, flotando entre los títulos. Hace días que intento llevarme un libro de Cortázar, para reafirmarle a mi otra personalidad; al otro yo que permanece oculto tras los lentes, que efectivamente Cortázar no ha dejado de ser mi escritor favorito. Error, Hesse parece haber ocupado su trono con una comodidad increíble.

Retomo mi flotar con una calma aparente que me da un poco de nauseas. La gente se sigue moviendo, como si fueran hormigas sobre algo putrefactamente interesante. Tomo un libro y le acaricio el lomo. Me fijo en sus letras, el olor de sus paginas, y si pudiera… Si pudiera también saborearía sus letras. Pero es esto lo que sucede cuando los libros no son tuyos, cuando no puedes almacenarlos en un estante, cuidarlos del polvo y condenar a pena de muerte a cualquier mano intrusa/psicópata que es capaz de doblar sus puntas sin remordimiento alguno.

Refunfuño. Yo siempre lo hago, bueno, no sé con exactitud cual de mis dos personalidades lo hace, pero una de ellas siempre lo hace. Libro en mano busco un lugar donde sentarme. Todo ocupado. Bueno, “ocupado”. Ese tipo de ocupación que sucede cuando cada persona se sienta en un asiento que es en realidad para tres, sólo porque la gente no soporta estar tan cerca. Y no soy la excepción. Me decido por el sillón largo en el que sólo esta sentada una joven que probablemente tiene mi edad.

Me acobardo un poco cuando el sillón cruje, y ella no se inmuta, como adivinando en su gesto un desprecio hacia mi persona. Que loco, claro, después de todo nunca en su vida me ha visto.

Leo con atención las primeras páginas de un libro sobre Delacroix. Que terrible que aún no pueda dejar de amar el romanticismo y sus formas oscuras. Que terrible, me repito mientras miro con amor, casi con deseo, las pinturas fielmente retratadas. La chica a mi lado no se mueve (¿Estará respirando, realmente?). Yo me muevo para asegurarme de que sigo viva, y que no deje mi cuerpo tirado en algún lugar.

Todo perfecto, compruebo. Estas manos aun sirven, y a pesar de los lentes, estos ojos aun pueden devorar textos con voracidad. Pero…

¿Pero?

Algo me detiene. Algo esta mal. Es ella, la chica indiferente, la muerta, la que parece no respirar.

¿Qué?

Hoy por la mañana cuando decidía al fin vestirme, me mire al espejo pensando egocéntricamente que era muy única y muy especial. Y que mi gusto es peculiar, pues me pongo lo primero que encuentro si es cómodo. Entonces me vestí con una blusa morada, unos jeans cortados que transforme para mi comodidad y unas alpargatas que dudo que alguien más se pueda poner.

Son unas alpargatas a rayas blancas y azules. Para complementar todo, decido pintarme las uñas de ese color azul extraño que probablemente a nadie le guste.

Pero ella, esa chica muerta tiene las mismas alpargatas que yo. La miro otra vez, quizás fue un espejismo, un espejo, o cualquier palabra derivada de la familia semántica. Me siento incómoda sentada a su lado. Creo que en cualquier momento respirará otra vez, me mirará los pies y me odiará más (¿Acaso me odiaba ya?) porque luzco igual que ella.

Disimulo un poco y me paro con lentitud. Ella sigue sin inmutarse, no existo en su universo privado. Al mirarla por última vez noto que sus uñas son tan azules como las mías. El mismo azul idiota que a nadie le gusta, a ella sí le gusta.

No soy tan única, me digo. No soy tan única.

Aquí parece no correr aire. Mi cuerpo comienza a sudar y mis dedos chorrean y chorrean. Parece que me estoy derritiendo. ¡Me estoy derritiendo libro en mano!

Una gota.

Tres gotas.

Cinco gotas.

Amo los números impares.

Muchas gotas. El piso comienza a mojarse y yo sigo goteando. Miles de gotas. El agua comienza a llegar al nivel de los libros y yo los miro con pánico mientras nadie se inmuta. (¿Hay alguien que respire aquí, por favor?).

Mi silencioso grito de auxilio no es escuchado. Las sillas comienzan a flotar. Alguien cerró las ventanas, y pronto las mesas también flotan, seguidas por un mar de libros.

¿Alguna vez le conté a alguien que no sé nadar? Espero que sí, aunque dudo que sirva de algo ahora. Mi boca intenta contener un poco del aire que tomé antes de entrar.

Pero ya es demasiado tarde.



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Now playing: The Polyphonic Spree - Hanging Around The Day Part 2
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Dalí, Rice, Yo

Dalí en sus últimos días y luego de perder a su amada Gala, se hizo cristiano. Se volvió ante eso a lo que le había dado la espalda casi toda su vida (si no es que toda). Es mi pintor favorito. Su surrealistamo y su metodo paranoico-crítico me atolondran y emocionan hasta el alma, los huesos e incluso las pestañas.

Anne Rice, por otro lado, es mi escritora favorita. Sus vampiros nada tienen que ver con los que vemos ahora. Sus vampiros son siniestros, sensuales y rayan en lo macabro. Esa sensación de prohibido al leer sus libros fue lo que más me atrajo a su literatura, y hoy, luego de más de 40 años siendo atea, mi escritora favorita vuelve al cristianismo. Luego de haber pasado toda una juventud y adultez en la solitaria compañia de sus vampiros y el recuerdo de su esposo muerto, vuelve a Dios.

¿Será que yo también?

Anoche tuve unos sueños de esos que nunca me logro acordar, pero tenia la sensación vivida de que tenía que cambiar mi manera de pensar, aferrarme a algo concreto en la vida, asirme de algo para no naufragar, colgarme en el cuello el escapulario que me había regalado mi abuela antes de morir hace más de 10 años atrás, y volver, hoy con casi 18 años, a olvidar que alguna vez en mis tiempos de preadolescencia, en ese limbo entre los 12 y los 14, me proclame con orgullo atea. (O quizás agnostica. O probablemente nada de lo anterior)

Hace poco escribí que seis años de ateismo no pasaban en vano. Hoy lo reitero, pero con un significado totalmente opuesto. No puedo, más alla de querer o no, es que no puedo, no lo soporto, I can't stand, esto. Siento que voy a al deriva, y como Dalí, y como Anne, y como muchos otros, no encontré otra cosa más perfecta para ser mi salvación que esto: Creer en eso que no se ve, pero que da fuerzas.

Extraño. (ni yo lo creo). Pero cierto.

Abstracción

Que lindo es esto de la abstracción. Cuando estas en un mundo y te quedas pegado y te vas volando por los puentes de la imaginación.

Que lindo abstraerse... que lindo.

Entrada Número: 85

Ochenta y cinco entradas en este blog. Deberían ser más, porque he borrado algunas. A veces me pasa eso, que borro las cosas porque me arrepiento. Y ahora que hablo de arrepentimiento pienso en las segundas cosas, las segundas veces, las segundas oportunidades.
Me pregunto si acaso funcionan, si acaso no estamos diseñados o predeterminados a joderlo todo como la primera vez.

Honestamente (y no suelo ocupar tanto este adjetivo porque generalmente estoy tan hundida en mis pensamientos y en mi otro yo que no se si soy honesta o no) espero que sí. Necesito que las cosas funcionen esta vez.

But, well. We'll see... we'll see.
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