*Cuento escrito por una tarde aburrida, calurosa y extraña en la biblioca, terminado un minuto antes de saber algo que me tendría deprimida toda la tarde. Diablos, que es extraña la vida.Parece ser un día normal, pero no lo es. Me gusta jugar a que las cosas son normales. Camino con paso lento, hay mucho sol y siento como la espalda me arde con un fuego imaginario. Paso, paso, paso. Un paso, otro paso. Primero el izquierdo, luego el derecho.
No sé porque el izquierdo primero. Debe ser porque asocio izquierdo con impar, y si hay algo que no soporto, son los números pares. Es como caminar pisando las líneas de la vereda, es algo imposible, no puedo.
Cuando abro la puerta de la biblioteca no noto nada extraño. Nada fuera de lugar. Los libros en las estanterías duermen su placido sueño veraniego (o quizás otoñal, quien sabe) y las personas se mueven de un lado para otro. Nunca esta tan lleno cuando vengo, bueno, no es que este lleno, es que yo no soporto mucho a la gente.
Me muevo con facilidad, flotando entre los títulos. Hace días que intento llevarme un libro de Cortázar, para reafirmarle a mi otra personalidad; al otro yo que permanece oculto tras los lentes, que efectivamente Cortázar no ha dejado de ser mi escritor favorito. Error, Hesse parece haber ocupado su trono con una comodidad increíble.
Retomo mi flotar con una calma aparente que me da un poco de nauseas. La gente se sigue moviendo, como si fueran hormigas sobre algo putrefactamente interesante. Tomo un libro y le acaricio el lomo. Me fijo en sus letras, el olor de sus paginas, y si pudiera… Si pudiera también saborearía sus letras. Pero es esto lo que sucede cuando los libros no son tuyos, cuando no puedes almacenarlos en un estante, cuidarlos del polvo y condenar a pena de muerte a cualquier mano intrusa/psicópata que es capaz de doblar sus puntas sin remordimiento alguno.
Refunfuño. Yo siempre lo hago, bueno, no sé con exactitud cual de mis dos personalidades lo hace, pero una de ellas siempre lo hace. Libro en mano busco un lugar donde sentarme. Todo ocupado. Bueno, “ocupado”. Ese tipo de ocupación que sucede cuando cada persona se sienta en un asiento que es en realidad para tres, sólo porque la gente no soporta estar tan cerca. Y no soy la excepción. Me decido por el sillón largo en el que sólo esta sentada una joven que probablemente tiene mi edad.
Me acobardo un poco cuando el sillón cruje, y ella no se inmuta, como adivinando en su gesto un desprecio hacia mi persona. Que loco, claro, después de todo nunca en su vida me ha visto.
Leo con atención las primeras páginas de un libro sobre Delacroix. Que terrible que aún no pueda dejar de amar el romanticismo y sus formas oscuras. Que terrible, me repito mientras miro con amor, casi con deseo, las pinturas fielmente retratadas. La chica a mi lado no se mueve (¿Estará respirando, realmente?). Yo me muevo para asegurarme de que sigo viva, y que no deje mi cuerpo tirado en algún lugar.
Todo perfecto, compruebo. Estas manos aun sirven, y a pesar de los lentes, estos ojos aun pueden devorar textos con voracidad. Pero…
¿Pero?
Algo me detiene. Algo esta mal. Es ella, la chica indiferente, la muerta, la que parece no respirar.
¿Qué?
Hoy por la mañana cuando decidía al fin vestirme, me mire al espejo pensando egocéntricamente que era muy única y muy especial. Y que mi gusto es peculiar, pues me pongo lo primero que encuentro si es cómodo. Entonces me vestí con una blusa morada, unos jeans cortados que transforme para mi comodidad y unas alpargatas que dudo que alguien más se pueda poner.
Son unas alpargatas a rayas blancas y azules. Para complementar todo, decido pintarme las uñas de ese color azul extraño que probablemente a nadie le guste.
Pero ella, esa chica muerta tiene las mismas alpargatas que yo. La miro otra vez, quizás fue un espejismo, un espejo, o cualquier palabra derivada de la familia semántica. Me siento incómoda sentada a su lado. Creo que en cualquier momento respirará otra vez, me mirará los pies y me odiará más (¿Acaso me odiaba ya?) porque luzco igual que ella.
Disimulo un poco y me paro con lentitud. Ella sigue sin inmutarse, no existo en su universo privado. Al mirarla por última vez noto que sus uñas son tan azules como las mías. El mismo azul idiota que a nadie le gusta, a ella sí le gusta.
No soy tan única, me digo. No soy tan única.
Aquí parece no correr aire. Mi cuerpo comienza a sudar y mis dedos chorrean y chorrean. Parece que me estoy derritiendo. ¡Me estoy derritiendo libro en mano!
Una gota.
Tres gotas.
Cinco gotas.
Amo los números impares.
Muchas gotas. El piso comienza a mojarse y yo sigo goteando. Miles de gotas. El agua comienza a llegar al nivel de los libros y yo los miro con pánico mientras nadie se inmuta. (¿Hay alguien que respire aquí, por favor?).
Mi silencioso grito de auxilio no es escuchado. Las sillas comienzan a flotar. Alguien cerró las ventanas, y pronto las mesas también flotan, seguidas por un mar de libros.
¿Alguna vez le conté a alguien que no sé nadar? Espero que sí, aunque dudo que sirva de algo ahora. Mi boca intenta contener un poco del aire que tomé antes de entrar.
Pero ya es demasiado tarde.
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The Polyphonic Spree - Hanging Around The Day Part 2via FoxyTunes