Este es el cuento que cobró vida propia y se niega a ser terminado...

y es verdad. Aqui el interminable (e in-terminado) "El loco de la casa azul" uno que otro experimento, y una que otra sensación de frustración al respecto. (y claro, como no, seguire escribiendo más cuentos aunque me demore meses en terminar sólo uno)

Era una casa azul, y debido a la escasa creatividad de la gente, la habían bautizado “La Casa Azul”. Era de esperar que algún día le cambiaran el nombre a “La Casa Azul con Puerta Amarilla” pero por mientras, estaba tranquilo de que las cosas no fueran tan malas. La casa, bien descrita por su nombre tan obvio, era azul y tenía dos pisos. Pero no sólo dos pisos, también dos puertas que, por separado, conducían a mundos totalmente distintos. Si lo pensaba bien, el primer piso ni siquiera era azul. Eso significaba que La Casa Azul simplemente partía desde el segundo piso, flotando en el cielo, y terminaba en las nubes, espesas y silenciosas que siempre lo miraban. La Casa no era sólo Casa, era puerta amarilla y era escalera. Cada una de sus tres partes tenía vida y utilidad propia y nunca, nunca, podría haber dicho que La Casa eran las paredes, o que La Casa era la puerta amarilla, porque La Casa era un todo, y no las partes de ella.

A la gente en general siempre le había llamado la atención aquella propiedad. Los veía a través de la cortina, sin necesidad de levantarse de su sillón viejo y gastado. Creían que nadie vivía allí, y a decir verdad, no le molestaba que pensaran eso, que pensaran que la Casa estaba sola, vacía y que a la vez, nadie parecía estar dispuesto a hacerse cargo de algo que ya tenía tanta historia propia que parecía viva. Sí, porque la gente decía que La Casa estaba viva.

Al parecer, el segundo piso era lo que más les intrigaba de todo, con sus cuatro paredes bien puestas nadie tenía la más mínima idea de lo que realmente pasaba al interior de ellas. Algunas señoras en el barrio hasta le habían inventado un mito urbano que, ademas de hacerlas pasar el tiempo, servía para amenazar a los niños que no se querían comer toda su comida.

Un tibio e imperceptible temblor volvió a sacudir el segundo piso de La Casa Azul. Hora 17.37. Día 5 de Marzo de 1998. Nadie pareció notarlo. Las paredes se sacudieron nuevamente, con suavidad. Es como un palpitar lejano, algunos pájaros vuelan asustados, mientras que un un niño pequeño que pasa por ahí detiene su apresurado caminar y le murmura a su amigo: “Alguien parece acomodar cosas allí dentro. ¿Pero qué cosas pueden haber en tan pequeño lugar que necesiten ser acomodadas?”

Dante decidió cerrar el libro que tenía en las manos y volver a colocarlo en su lugar. Un nuevo temblor se siente debido a que ha vuelto a cerrar un libro. Se vuelve un poco pálido pero todo mejora cuando abre otro, uno cualquiera, que saca al azar y con rapidez. Los colores vuelven a su cara mientras que suspira con alivio. Realmente había muy poco espacio en aquella habitación, sólo el necesario para caminar dos pasos y volver a sentarse en aquel incómodo y viejo sofá. En sus manos aún tenia el recuerdo de la textura de la cubierta del libro que acababa de abrir. Podía recordar la suavidad de las cubiertas de todos y cada uno de ellos. Como cada volumen era diferente al anterior y al siguiente, como cada uno poseía una luminosidad particular, una cubierta que le daba personalidad, casi como si tuvieran vida y pudiesen hablar, pero bajito, murmurando secretos durante el día.

Ya no tenía muy claro si él o sus libros eran el misterio de La Casa Azul (¿no que los libros y él eran una misma cosa finalmente?) Quizás era él, pero fuese quien fuese, nunca se había molestado en desmentir el mito urbano que fluía en torno a sus posesiones. Se distrajo un poco de sus pensamientos y notó que aun le quedaba una caja sin abrir en el poco suelo disponible de La Casa Azul. La caja estaba ligeramente abierta en un costado y revelaba su contenido con un poco de miedo (si es que acaso era posible que una caja temblara de miedo). Su pupila se movía indecisa entre la caja y el sofá, sin nunca decidirse en un lugar que actuara como la línea media y equilibrada que siempre buscaba en todo. Finalmente tomó la caja (que era liviana y pesada a la vez) y se sentó en su sillón con ella sobre sus piernas. Ella, como si fuera una mujer, una importante mujer (¿eran las personas importantes después de todo?) En sus piernas. Contuvo un poco la respiración al saber (y a la vez ignorar) lo que venía a continuación.

Abrió la caja con lentitud, y suspiró con regocijo. Aquellos eran los más deseados. Los libros con más páginas, con cubiertas más prohibidas, los que no debían de ser suyos pero lo eran. Era una caja llena de libros de los cuales él no era, ni podía ser lector ideal. Él no toleraba esa segmentación, menos bajo estas condiciones, donde él era un esclavo, un fiel siervo de sus páginas. Deseaba ser el lector ideal de todos aquellos libros sin importar sus condiciones o clasificaciones, realmente deseaba atesorar sus cubiertas coloridas, multicolores, extravagantes; y nunca ser privado de aquellos momentos en los cuales el aire se le iba de los pulmones y se ahogaba entre letras y diptongos. Se negaba a dejar de suspirar.

Su corazón se contraía con dolor cuando esos pensamientos se metían en su cabeza. Quizás, después de todo, sí se había enamorado de todas aquellas reliquias literarias, de todos aquellos viejos y desgastados libros de amores invisibles. Quizás sí.

Los saco uno por uno, con cuidado, con una sensación de pánico que lo asfixiaba, con miedo de que alguien pudiera siquiera mirarlos desde lejos. Pero las cortinas estaban cerradas, y se suponía que la casa estaba deshabitada, así que era casi imposible. Y de todas formas, quien querría mirar estos libros (quien querría mirar alguno de todos sus libros, que si no eran leídos, por la superficie bien podían parecer todos gemelos de los otros), sus tontos libros de amor.

Había llorado innumerables veces entre sus páginas, se había ahogado en sus tapas de colores, había muerto en cada uno de sus finales y había revivido en las hojas principales. Su vida estaba atrapada en cada uno de esos libros. Era como el genio atrapado en la botella, con un abrir de páginas su contextura se hacía menos difusa y la blancura de sus dientes se prendía y luego, bastaba con sólo cerrar todo y sus fuerzas decaían, sus venas se borraban de su piel, y se volvía invisible hasta la invisibilidad misma. Su ahogo y su respiración estaban contenidos al mismo tiempo en pocas sílabas, en vocales repetidas y en metáforas poco contundentes (que aún así, lo cautivaban terriblemente)

Dante despertó sobresaltado. El mismo sueño repetido lo aquejaba desde hacía años. Un sueño donde se llamaba igual pero era diferente. Se aseguró de que todo estuviera en su lugar, sus plumas donde siempre, y sus patas firmemente apoyadas al árbol del cual se sentía dueño. Un graznido se le escapó a modo de pensamiento en voz alta. Se acababa de olvidar que no era humano (ni nunca lo había sido) pero que a veces pensaba en voz alta (y tenía sueños muy reales).

A tres mil kilómetros de allí, Colin,despertó sobresaltado de su extraño sueño. El transporte del centro de Londres se movía incesante mientras él tomaba una inesperada siesta en la mesa de estudio de su departamento. Textos de estudio se esparcían por todo el lugar y en uno de ellos estaba la foto de un cuervo que le recordaba mucho al sueño que había tenido donde él soñaba que veía a un cuervo que soñaba que era un humano llamado Dante que quería ser lector ideal de miles de libros...

Miles de kilómetros arriba en el cielo Dios se despertó sobresaltado de su inesperada siesta. Aun no comenzaba el primer día de la creación pero ya había tenido un sueño de como sería todo. Mientras recordaba como soñaba que un hombre común soñaba que un cuervo soñaba que era un humano llamado Dante que quería ser lector ideal de muchos libros, decidió que no crearía nada. La Tierra no merecía ser ensuciada ni librada del “caos” con tales tipos de vida.

A un escritorio de distancia, la persona que se supone que tiene que estar escribiendo y terminando este cuento se despierta. El mokaccino sin azúcar no ha sido suficiente para mantenerla despierta, y después de mucho pensar y bufar con desgano, toma el cuento -esta hoja que usted tiene entre sus manos- y la arruga. Antes de irse (y cerrar la puerta para siempre) se asegura que el papel quede bien hundido en la basura. Es el fin de los días. (para Dante, el cuervo, Colin y Dios), y a estas alturas, ya no importa.


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